“Ánimo, ya queda poco” o “tú puedes” son notas de ánimo que alguien ha dejado sobre mis apuntes a las tantas de la madrugada. Me giro al oír unas risas y veo a dos personas chocar las manos porque han aprobado. Después miro hacia adelante y veo a dos más abrazarse porque han suspendido. A los cinco minutos alguien entra saltando en la biblioteca y comparte su alegría con los demás. Así he pasado los eternos enero y junio durante tres maravillosos años. Una de tantas cosas que me ha enseñado el colegio es que saca lo mejor de las personas, incluso en los interminables meses de estudio. Y esto es gracias a los sentimientos forjados durante años de convivencia en esta segunda casa.
Soy de Zaragoza y cuando llegué aquí tenía sentimientos enfrentados. Emoción por empezar la carrera que tanto deseaba, Biotecnología en la UB, pero también miedo de no conocer a nadie. Por supuesto este último se acabó a las pocas horas de llegar, cuando las personas estupendas con las que me crucé empezaron a aumentar exponencialmente. Personas de todos los tipos con intereses muy distintos que hacían que todo el mundo encajara de una manera o de otra.
Comencé en la biblioteca del Penyafort como becaria y terminé siendo la “cap” de esta. Organicé un concurso de relatos cortos y el club de lectura, donde los amantes de los libros hicimos diversos coloquios. También colaboré en la organización de la exposición “50 anys del Penyafort”, con motivo de su 50 aniversario. Logros que poco han tenido que ver con mi carrera, pero que me han aportado conocimientos en otros ámbitos interesantes. Además participé en los conciertos colegiales, las obras de teatro, el Penyaball, el Penyarock y el festival de primavera entre otras muchas actividades inolvidables.
Ahora me espera una nueva etapa en un laboratorio de Liverpool y mi ilusión equivale a la que sentí al llegar a Barcelona. Nunca se sabe qué sorpresas me deparará el futuro, pero algo sí está claro: el colegio Penyafort ha dejado una huella en mí imborrable. Gracias por tanto, familia.